Cuando pienso en por qué nunca me pude dedicar de lleno al periodismo, llego a la conclusión de que nunca pude dejar mi egoísmo, siempre me centré más en mí que en mis entrevistad@s. Siempre me preocupaba más el impacto que sus palabras y sus presencias hacían en mí.
De toda la gente que entrevisté, y de la que miro a diario, me percato que no puedo deslindarme de analizar cada movimiento, cada mirada, cada palabra, lo cual está bien; pero luego lo pongo en relación a mí. Así fue como me di cuenta que lo mío era dirección actoral a no actores. Mi maestra es la que nos enseñaba a escuchar así, con todos los poros, pero no en búsqueda de algo en el otro, sino en el impacto que puede generar en mí.
Es así que en ese lino blanco de psicología, miro con atención y escucho con todos los sentidos, no solo con los oídos. Aprendí a callar, solo escuchar con los sentidos bien despiertos. Tengo dos personas de las que quiero esta noche conversar, ambxs, mis compañerxs de maestría. No puedo incluir sus nombres porque tampoco he pedido permiso para hablar de ellxs aquí.
Ella.
Tiene las lágrimas tan fáciles como la risa, pero de esas risas a carcajadas. Su vida es un poema, su historia es un cuento que narra mientras camina, que narra mientras mira con esos ojos tan dulces e inocentes. A la gente como ella, vivir una vida más que dura, parece impermeabilizarla cada vez más, al tiempo que le va humanizando y dando más calidez a su abrazo y su sonrisa.
Mientras me habla me pregunto cómo puede sostenerse en pie luego de todo lo que ha vivido, cómo alguien que ha llorado tanto puede tener un corazón tan alegre, y cómo su dolor y su esfuerzo han construido solo amor a su alrededor. Me aguanto las lágrimas yo misma, para no ceder a la vida, que en el relato de esta integralmente bella mujer, me va mostrando las garras de lo injusta que es frente a la gente que sueña.
El manso Guayas, siempre manso, se va llevando la pena... su pena y la mía.
Me siento afortunada, siento que el Caribe habita en ella, me da gusto poder haberla encontrado. Me abriga el corazón poder haberme cruzado en su camino, y poder contribuir a curarnos las heridas mutuamente. Solo sé cuando la veo, que la felicidad existe, y que es una elección. Que la fuerza de una mujer, tristemente, crece cuanto más grandes son sus reveses. Que ser mujer es tener en vez de piel, cuero. Que como las palmas cubanas, puedes bambolearte para todas partes, pero no vas a caer.
Él.
Hay hombres que te halagan cuando te miran. Este hombre me halagó doblemente cuando, luego de mirarme, habló conmigo. Yo le vi siempre admirable, y ahora le veía humano. Me permitió entrar en un terreno de su corazón tan íntimo, que nunca entendí bien cómo fue que logré llegar ahí.
Fue fuerte escucharle porque detrás de su figura tan masculina, y tan brusca; aparecía frente a mí casi un osito de peluche, con unos ojos brillantes que nunca había visto, con una parsimonia en la voracidad de su voz que no termino de interpretar. Me atropelló escucharlo, me atropelló sin siquiera haber visto que venía un vehículo por la calle. Me atropelló lo que vi, y me atropella cada movimiento que no veo venir.
Encuentro en su presencia, el recuerdo grato de que la lealtad es un deber que se adquiere sin titubear.
Jamás he conocido alguien a quien no pueda predecir, que no sepa lo que va a hacer o decir. He estudiado tanto la conducta humana, tanto sé entender lo que pasa por el corazón y la mente de un ser humano, que no logro comprender como este hombre me atropella todo el tiempo. No logro siquiera levantarme del atropello anterior, y otra vez me arrolla.
A estas dos personas lindas, humanas, con una vida muy distinta a la mía pero con corazones que me enamoran, muchas gracias. Por elegirme. Por dejarme entrar. Por compartir lo más sensible y humano de lo que les duele, de lo que les molesta y de lo que les alegra. Hay una razón por la que estamos juntos en esto. Van en mi corazón para siempre.
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