Tengo que escribir antes de que se me borren las sensaciones del cuerpo, tengo que escribir antes de que se pierda 'la' sensación.
Me relaciono de cierta manera con cada persona y este fin de semana casi he estado ausente. Mi maestro, Arístides Vargas, quien parte su poética dramatúrgica siempre desde el exilio, dice que el exilio no es solo un país o un lugar físico. También es una sensación de no encajar, de no pertenecer, de saber que el sitio donde estás, no te incluye, que estás ahí, pero no estás, y tampoco en otro lado.
Este fin de semana me han dado un abrazo ausente, y yo di varios también, sin embargo cuando el abrazo ausente me lo dieron a mí, fue palpable lo frío y pobre que puede sentirse mi corazón cuando la otra persona, el otro par de brazos, no está.
También este fin de semana, encontré calma en el río Guayas. En este episodio de exilio que vivo, el exilio interno del que habla Arístides, fui a fundirme en el calor, en el sudor, y en las olas de colores que forman figuras en el cauce del río Guayas, siempre manso, nunca detenido, tan oscuro e impenetrable como mi alma, tan frío y movedizo como mis sueños.
El río, que es una evocación de las lágrimas de todos los que allí llegamos, sea de visita o a quedarnos; se convirtió para mí en el lugar al que acudir siendo invisible entre tanto ruido, y entre tanta gente.
Nada más cercano al exilio que rodearte de cientos de personas, y sentir que no ves a nadie, y que nadie te mira.
Luego voy, a 'Pluma y la tempestad', de Arístides mi maestro. Montada por estudiantes que, como yo alguna vez, empiezan este camino de redescubrirse desde el exilio. Yo no fui a ver la obra, aunque sí; fui a darle las gracias a mi maestro, a darle un abrazo, estamos cerca de su cumpleaños y pienso que no le he agradecido lo suficiente por lo que él y su trabajo han hecho por mí.
Y luego vuelvo, parto de ese encuentro, llego a ese encuentro, giro alrededor de ese encuentro, y construyo un relato que me permite mirar mis relaciones interpersonales con quienes me encuentro en Guayaquil desde hace un tiempo ya. Temiblemente cercanos, más que nunca, inenarrablemente.
Y lo que siempre he visto como normal, los tratos que siempre fueron comunes; este fin de semana se volvieron íntimos, y esos espacios tantas veces caminados, se convierten en especiales. Esos ojos, esos rostros, esos tonos de voz que me habitan desde hace un tiempo que llegué a Guayaquil, se me convierten en otra cosa, en algo que no sé narrar, que no sé organizar tampoco.
Boté en el viento, con dirección al Guayas, un montón de ruido interno en forma de silencio. Callé todo lo que pude porque había tanto sonido dentro mío. Y mis oídos escucharon lo que nunca esperé escuchar, y mis ojos vieron lo que nunca busqué ver, y mi corazón sintió cosas que hace tiempo había dejado de sentir. Todo inenarrable, todo como si fuera nuevo.
No me hallo, camino inerte, pero hay vida en lo que me dan los demás, hay vida en lo que recibo. La magia de Guayaquil, es que hay tanto movimiento que tus ojos miran mucho más despiertos. A pesar de ello no he estado ni en un cuarto de energía. Pero a mí, me inyectaron todos todo lo que tenían.
Quiero dormir, o comer normalmente, ahora que ya no estoy en Guayaquil. Quiero mirar en perspectiva esos pequeños dolores que te hacen reír, quiero ser ese 'otro yo' que habita el universo quiteño como un transeúnte que no existe. Porque allá no pertenezco, y acá no me puedo mirar. Así son el amor, el sueño y el dolor. Inenarrables.
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