No hay manera de salvarse, en
este siglo estamos ante la mirada juzgona de todo el mundo. Todos somos
expertos en todo, nosotros somos perfectos; los que están mal son los otros,
los que fallan son los otros, los que se equivocan siempre y no hacen, dicen,
piensan o son nada válido son los otros. Los malos son los otros, los tontos
son los otros, yo no. Yo no soy tonto, ni malo, ni incapaz, ni me equivoco, ni
digo, pienso, ni soy nada incorrecto. Recordemos que yo soy la encarnación de
la perfección.
Esa fábula de Esopo, la del perro
del hortelano, ejemplifica a todas luces la sociedad actual en el terreno del
arte con la moraleja siempre clara, ni
comemos ni dejamos comer. Es chistoso porque los artistas en Quito piensan
mucho que tienen la razón, que lo que los otros hacen está feo o mal, y que lo
que yo hago es perfecto. No aprendemos a mirar el arte desde la propuesta, no
tratando de ver lo que yo pienso replicado en otros, sino justamente los
diversos puntos de vista aunque me den vuelta al estómago y me revienten la
bilis.
Me doy cuenta ahora, que viajo a
Guayaquil cada quince días, cómo en Quito todavía existe este aire de ciudad
superior, este aire de ‘los monos no hacen arte’, ‘los monos no tienen arte’,
‘¿qué saben los monos de arte?’. Pero es todavía más triste que eso pase en
Quito; donde por poner un ejemplo, solo el teatro de la Universidad Central es
válido. Los demás, no importa cuánto ni dónde hayamos estudiado, jamás
tendremos técnica frente a los actores salidos de la Universidad Central.
Yo quiero reflexionar sobre lo
que he visto en Guayaquil, un arte urbano contestatario y protestante, con un
trasfondo político, súper reprimido por supuesto, pero existente. En Quito los
‘artistas urbanos’ solo firman, solo vandalizan. Y me atrevo a usar esa palabra
tan escandalosa, porque sí considero vandalismo, que no haya un discurso
político detrás de más del 80% de grafitis en Quito.
Si los mal llamados ‘grafiteros’
de Quito, conocieran la historia del grafiti, la razón de ser del grafiti, el
nacimiento y contexto que dio origen a que el grafiti fuera una forma de
expresión increíblemente urbana, y que hace de la calle la más nueva galería de
arte, se dejarían de estar perdiendo spray y perdiendo paredes al realizar
labores sin nada de contenido y sin nada de propuestas.
Acá en Quito se confundió el
concepto de arte. Acá en Quito se confunde la libertad de expresión con haga lo
que se le dé la gana sobre el trabajo de otros. El arte de la calle es efímero
y es su regla tácita, sé que lo que yo hago muy pronto lo va a cubrir otro
arte. Y así doy espacio a que todos seamos visibles, mi propuesta y tu
propuesta. En Quito eso no pasa. Quito se cree una diosa intocable, y no mira
que sus ciudades hermanas, como Guayaquil o Loja, a las que tanto critica y
reclama, nos llevan años luz de apuesta cultural, de formación artística
crítica.
Eso pasa en todas las artes en
esta ciudad, y por eso es tan difícil crear colectivos o hermanar a las artes
para que hagamos una contrapropuesta de ley, o aprobemos entre artistas la que
tenemos, o generemos nuevos espacios de diálogo y debate; porque no escuchamos
para entender, sino para contestar. Entre nosotros mismos nos hundimos, entre
nosotros mismos intentamos ahogar al otro.
En el arte, hay una relevancia
infinita de tomar en cuenta lo que el otro me propone, porque me enriquece,
porque me cuestiona. Hasta para decir yo no quiero hacer eso hay que verlo. Y
sería increíble que al ver un trabajo malo, podamos mencionarlo desde la
construcción y decir: estuvo flojo, pero voy a volver a venir para que mejores
tu trabajo, y pido que levantes la vara, pero yo te ayudo a levantarla.
Habría que despojarse de esos
eurocéntricos ideales estéticos en que nos queremos parecer a lo perfecto.
Habría que mirar más hacia adentro y notar que las artes tienen colores, todos
los colores, no solo los que nos gustan a nosotros como individuales. Habría
que notar que todos tenemos espectros variopintos y que todos son válidos. Habría
que legitimarnos entre todos. La razón de que el universo artístico cultural en
Quito no sea un universo sino un barrio, se debe a nuestras actitudes
egocéntricas que reprimen las ofertas ajenas.
Propongo grandes mesas de
trabajo, mesas de diálogo donde se le dé la palabra a todos y todos la usen con
respeto y proyectemos todos, una apuesta conjunta por el arte. Si nuestro amor
por el arte es tan grande como predicamos en redes o en nuestros discursos casa
adentro, seamos capaces de hacer réplica de ello conversando con los otros, con
los diferentes, con los desiguales, con los subalternos. La gestión cultural se
hace desde todos los frentes, aprendamos a mirarlos.
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