26 may 2019

El perro del hortelano

¿Por qué se hizo el Festival de Artes Vivas en Loja? ¿Por qué la Universidad de las Artes se hizo en Guayaquil? ¿Por qué Pichincha siempre tiene más fondos que el resto de provincias? ¿Por qué tú sí y yo no? Somos seres con la incapacidad de ver lo que el otro me propone, lo que el otro me ofrece. Vivimos ante la imposibilidad de auto observarse y de cuestionarse a uno mismo tanto como cuestionamos a los otros

No hay manera de salvarse, en este siglo estamos ante la mirada juzgona de todo el mundo. Todos somos expertos en todo, nosotros somos perfectos; los que están mal son los otros, los que fallan son los otros, los que se equivocan siempre y no hacen, dicen, piensan o son nada válido son los otros. Los malos son los otros, los tontos son los otros, yo no. Yo no soy tonto, ni malo, ni incapaz, ni me equivoco, ni digo, pienso, ni soy nada incorrecto. Recordemos que yo soy la encarnación de la perfección.

Esa fábula de Esopo, la del perro del hortelano, ejemplifica a todas luces la sociedad actual en el terreno del arte con  la moraleja siempre clara, ni comemos ni dejamos comer. Es chistoso porque los artistas en Quito piensan mucho que tienen la razón, que lo que los otros hacen está feo o mal, y que lo que yo hago es perfecto. No aprendemos a mirar el arte desde la propuesta, no tratando de ver lo que yo pienso replicado en otros, sino justamente los diversos puntos de vista aunque me den vuelta al estómago y me revienten la bilis.

Me doy cuenta ahora, que viajo a Guayaquil cada quince días, cómo en Quito todavía existe este aire de ciudad superior, este aire de ‘los monos no hacen arte’, ‘los monos no tienen arte’, ‘¿qué saben los monos de arte?’. Pero es todavía más triste que eso pase en Quito; donde por poner un ejemplo, solo el teatro de la Universidad Central es válido. Los demás, no importa cuánto ni dónde hayamos estudiado, jamás tendremos técnica frente a los actores salidos de la Universidad Central.

Yo quiero reflexionar sobre lo que he visto en Guayaquil, un arte urbano contestatario y protestante, con un trasfondo político, súper reprimido por supuesto, pero existente. En Quito los ‘artistas urbanos’ solo firman, solo vandalizan. Y me atrevo a usar esa palabra tan escandalosa, porque sí considero vandalismo, que no haya un discurso político detrás de más del 80% de grafitis en Quito.

Si los mal llamados ‘grafiteros’ de Quito, conocieran la historia del grafiti, la razón de ser del grafiti, el nacimiento y contexto que dio origen a que el grafiti fuera una forma de expresión increíblemente urbana, y que hace de la calle la más nueva galería de arte, se dejarían de estar perdiendo spray y perdiendo paredes al realizar labores sin nada de contenido y sin nada de propuestas.

Acá en Quito se confundió el concepto de arte. Acá en Quito se confunde la libertad de expresión con haga lo que se le dé la gana sobre el trabajo de otros. El arte de la calle es efímero y es su regla tácita, sé que lo que yo hago muy pronto lo va a cubrir otro arte. Y así doy espacio a que todos seamos visibles, mi propuesta y tu propuesta. En Quito eso no pasa. Quito se cree una diosa intocable, y no mira que sus ciudades hermanas, como Guayaquil o Loja, a las que tanto critica y reclama, nos llevan años luz de apuesta cultural, de formación artística crítica.

Eso pasa en todas las artes en esta ciudad, y por eso es tan difícil crear colectivos o hermanar a las artes para que hagamos una contrapropuesta de ley, o aprobemos entre artistas la que tenemos, o generemos nuevos espacios de diálogo y debate; porque no escuchamos para entender, sino para contestar. Entre nosotros mismos nos hundimos, entre nosotros mismos intentamos ahogar al otro.

En el arte, hay una relevancia infinita de tomar en cuenta lo que el otro me propone, porque me enriquece, porque me cuestiona. Hasta para decir yo no quiero hacer eso hay que verlo. Y sería increíble que al ver un trabajo malo, podamos mencionarlo desde la construcción y decir: estuvo flojo, pero voy a volver a venir para que mejores tu trabajo, y pido que levantes la vara, pero yo te ayudo a levantarla.

Habría que despojarse de esos eurocéntricos ideales estéticos en que nos queremos parecer a lo perfecto. Habría que mirar más hacia adentro y notar que las artes tienen colores, todos los colores, no solo los que nos gustan a nosotros como individuales. Habría que notar que todos tenemos espectros variopintos y que todos son válidos. Habría que legitimarnos entre todos. La razón de que el universo artístico cultural en Quito no sea un universo sino un barrio, se debe a nuestras actitudes egocéntricas que reprimen las ofertas ajenas.

Propongo grandes mesas de trabajo, mesas de diálogo donde se le dé la palabra a todos y todos la usen con respeto y proyectemos todos, una apuesta conjunta por el arte. Si nuestro amor por el arte es tan grande como predicamos en redes o en nuestros discursos casa adentro, seamos capaces de hacer réplica de ello conversando con los otros, con los diferentes, con los desiguales, con los subalternos. La gestión cultural se hace desde todos los frentes, aprendamos a mirarlos.

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