A las 14:45 comenzó una charla acerca de la violencia de género en nuestro país en la Biblioteca de la Flacso. Ivette Vallejo, Lisette Coba, Nancy Carrión y Leandra Macías fueron las catedráticas, intelectuales e investigadoras encargadas de ofrecer esta charla con un punto especial, el intento por crear una sociedad que no deje en el anonimato ni sea cómplice de estos actos en nuestro entorno.
Para poder entender aquello que se pretendía plantear hay que despejar primero la mayor falencia que tiene la ciudadanía cuando se habla de violencia a la mujer. El Femicidio y el Feminicidio no son la misma cosa aunque nos hayan hecho creer que sí.
El Femicidio por ejemplo, es una forma específica y brutal de agresión que va en escalada por el único hecho de ser mujer, puede ser de todo tipo, no precisa y únicamente física. El Feminicidio es un asesinato por misoginia o una acción de extrema violencia, pero en este caso sí se hace presente la violencia física, esto no implica que se deje de lado el abuso psicológico o anímico de la víctima.
Siendo así, las reglas del juego en nuestra sociedad son claras, la mujer es la sumisa y el hombre es el dominante en cualquier tipo de relación, por supuesto que no precisamente todas las agresiones se presentan de hombre a mujer, sino que existen de todo tipo.
En el Ecuador, según el INEC el 60,6% de las mujeres han sufrido violencia de género, de esta cifra, lo alarmante es que el 61,4% de estas agresiones se presentan en el perímetro urbano y 58,7% en las zonas rurales. Lo que contrasta con la creencia de que son las mujeres del campo las más maltratadas.
Para Lisette Coba, esto se debe a que la violencia tiene un carácter pedagógico, nuestra forma de crianza controla voluntades y forma identidades. Desde casa se enseña que los hombres por ejemplo, deben dejar a un lado su sensibilidad y la mujer tiene un cuerpo despojado de legitimidad política.
Desde casa se crea la ordenanza de la objetivación del cuerpo, como algo sagrado. En un contexto específico, es la familia la que moraliza el cuerpo de la mujer y crea a su alrededor un fanatocentrismo.
Un ejemplo claro que es admitido en la sociedad como normal, es la celebración de los quince años de una adolescente, donde a través de los símbolos de las ligas que el chambelán le quita, es como si se concediera el derecho de entregarle su feminidad al hombre. Acciones como estas son las que se deben cambiar.
Muchas personas se preguntan cómo o por qué las mujeres maltratadas en un 90,8% de casos retira días después la denuncia. ¿Es que a caso son tan tontas las mujeres que se dejan convencer? La respuesta que Coba da, está basada en los estudios psicológicos que se han hecho a mujeres violentadas en Ecuador, Perú y Bolivia. La mujer violentada de cualquier forma, no lo puede creer, no lo asimila y le produce parálisis el reaccionar o tomar decisiones.
De las 6 mujeres de cada 10 que sufren violencia de género en nuestro país, el 67,8% acusa haber recibido violencia física, el 87,3% violencia psicológica; de todas ellas el 76,3% recibe esta agresión por parte de su pareja sentimental. En poblaciones indígenas por ejemplo, en que su justicia es distinta, se aconseja al agresor cambiar esta actitud, todo se mantiene en reserva para ambas familias, y luego el círculo violento se repite.
Las mujeres agredidas lo que esperan y buscan de las autoridades es encontrar funcionarios dispuestos a ayudarles. En 1995 se creó la ley de protección a la mujer y la familia, sin embargo en ningún país de los revisados por las investigadores existe una tipificación de las formas de feminicidio. No se aclara si es por celos, por misoginia, etc.
El caso es aún más grave en las repúblicas hermanas de Perú y Bolivia, en este último 9 de cada 10 mujeres entre 20 y 29 años alegaron haber recibido agresiones de cualquier tipo solo por ser mujeres, esa cifra solo en el año 2009.
Ivette Vallejo comentaba que los estudios que se hicieron a los pueblos indígenas de Guamote, Colta, Saraguros, etc. En los tres países indican que la población indígena es abusada pero las cifras que se conocen pertenecen a las denuncias realizadas, pues la gran mayoría mantiene en secreto estos ataques.
A lo que se insta como punto trascendental es a crear una cultura que no pida a los gobiernos, pues también se mencionó por encima el caso de Karina del Pozo, en donde se destacó lo errónea que es la práctica de pedirle a los gobiernos que hagan algo por la inseguridad femenina que vivimos las mujeres de todos los sectores sociales de nuestro país a diario. Pero nadie se detuvo a ver que la seguridad no solo femenina sino social, también parte de las cosas que como sociedad hemos venido creando.
Nos queda pensar de qué forma estamos criando a nuestros hijos, de qué forma estamos permitiendo que se críe a nuestros hermanos, de qué forma estamos dejando que se nos trate como seres humanos en primera instancia. El machismo en primer escalón es una falla de la mujer, que crea una sociedad crítica y juzgadora con su par mujer, que mira y señala a su par mujer, que ve en su par mujer una moralizante pecadora y no una par que es.
El machismo tiene muchas aristas, por ejemplo el que no exista una comisaría del hombre. Son puntos debatibles, finalmente queda pensar que la desigualdad es hoy más visible que en siglos anteriores, pero no por ser más visible ha cambiado.
El trabajo de idiosincrasia y del cambio de ella no es precisamente asunto solo del estado, el núcleo social es la familia y por tanto deberían ser esas familias que conforman nuestra patria las que juzguen hacia dentro si es la enseñanza que entregan, la que les gustaría que reciban los demás hogares de nuestro país.
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