5 feb 2018

Buenas tardes damitas y caballeros

Son las 15:13 de la tarde y me dispongo a ocupar una de las unidades de transporte público metro bus en la ciudad de Quito; hay seis colas. Tres de ellas pertenecen a la ruta Ofelia - Marín y las otras tres lo propio para la ruta Ofelia - IESS. ¿Problemas? Ninguno.

Lo que sucede luego es que estas filas, sobre las que reza una señalética que pide que se hagan dos hileras, se transforman en cuatro, luego en una bola de gente. En el acceso número dos, que también tienen una señalética que indica que ese acceso es de uso exclusivo de mujeres, personas con niños en brazos, embarazadas, personas con capacidades especiales, y personas de la tercera edad, se encuentra un muro de medio metro interrumpiendo el paso.

Ninguna persona no vidente podría pasar por esta puerta esquivando este muro sin dificultad, y mucho menos podríamos decir algo de quienes tienen sillas de ruedas, que no pasarían por esa puerta que se supone, les corresponde.

Son las 15:15 y todos tratamos de un solo empujón de entrar en la unidad. Una vez dentro la encarnizada guerra por conseguir un asiento se convierte en nula, cuando una mujer se sube de manera tardía con un bebé en brazos, y al observar la falta de modales de los caballeros, es una misma la que debe ceder el asiento que ha esperado con tanta ansiedad.

El trayecto no tiene nada nuevo, frenazos, aceleraciones, si no te agarras bien vas a dar al suelo; vendedores a cada parada y el clásico "caramelito, caumal, claritas, moritas, almendra, chomelos" que no falta por lo menos en las primeras tres paradas. Luego uno que otro no vidente cantor, del que no estamos exentos de dudar de su condición. El enfermo terminal que pide ayuda para costear su vida y enfermedad; el niño de los hermanitos quemados en Zámbiza.

15:45 Hemos llegado al Playón de la Marín, última parada del sistema integrado metro bus de la capital, alertados por la recomendación del conductor de tomar precauciones con las pertenencias sobre todo en las puertas, y agradeciendo que ya no debemos escuchar el hip hop a todo volumen, del que disfrutaba nuestro compañero de asiento, quien iba convencido de que también amamos la melodía; así termina la jornada, aprendida por todos.

Queda preguntarse si los modales no existen en los buses, queda preguntarse si nosotros hacemos algo por cambiar los trayectos de los demás, si emitimos una sonrisa o ponemos menos mala cara. Lo cierto es que no conozco a nadie que ame hacer estos recorridos en ninguno de los corredores que tiene la ciudad, pero supongo que todos podemos aguantarlos porque nadie se queja; asuma que el día en que pongamos un alto seguramente el gran sueño de entender que el progreso no está en que todos tengan carro, si no en que todos viajen en sistema público, por fin será posible.

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