3 nov 2024

La ciudad de la furia... es Guayaquil

Escritura iniciada el 18 de noviembre del 2021.
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Cada tanto el cuerpo como pide agua, como pide dulce, como pide alimento cuando le hace falta; cada tanto te pide lágrimas. Hoy es uno de esos instantes.

Llegar a Guayaquil es un detonante de que todo me sensibilice. El río Guayas siempre manso es el único que con sus cetáceos colores me tranquiliza, supongo que es el equilibrio, el silencio, la pausa en una ciudad donde todo se mueve y donde todo suena. Y cuando llueve adentro, solo un agua mansa puede nivelar esa tormenta interna, y para ese tipo de tormentas, no hay mejor agua que la del manso Guayas.

Si hay algo que tengo que agradecerle a esta ciudad, y a este viaje que emprendo por puro azar del destino cada tanto a tierras costeras, es que dispara mis procesos creativos hasta límites que jamás creí posibles. La maestría en UArtes me dejó conocer lo peor de mí y de mis propios prejuicios, de mis propios dilemas mentales, de mis limitantes, de esos parásitos que habitaban mi cabeza y que, al menos ahora, soy capaz de reconocer.

Pienso en todo lo bonito que se va conmigo luego de esta experiencia, que me hace diametralmente distinta a la que empezó este viaje hace dos años. La comida, los olores, las calles, las imágenes, las sensaciones son solo un extracto pequeño de lo central; el encuentro conmigo misma a través de espejos bellísimos como han sido mis compañeros y compañeras, y que se dispara a punta de tanto extrañarles.

Cuando llegué a la inauguración de la maestría no podía parar de llorar, me parecía inverosímil ver delante de mis ojos realizarse un sueño perfecto, y ahora que todo ha terminado me cuesta despegarme de la gente que hizo de mi crecimiento académico, un crecimiento humano más grande. Solo tengo palabras de gratitud, solo tengo palabras de bendición a toda la gente que me abrió las puertas de su casa, de su vida, y de su alma entera para permitirme ingresar. Ahora parece que la encerrada soy yo, que siento que no podré nunca salir de ese recuerdo abruptamente suspendido por la pandemia, que difumina mi memoria, que corta el proceso de imaginación... que convirtió mi realidad en fantasía.

No quería estudiar en Quito, sentía que no podía soportar más estar allí, y por eso al final elegí Guayaquil, que tampoco fue la primera opción, pero era exacto lo que el universo me mandaba. Hoy que elegí vivir en Guayaquil y habitar ese espacio que me ha habitado por estos años, las cosas no son menos difíciles.

En este espacio vomitivo de mi encuentro con la ciudad, me encuentro de nuevo con UArtes, donde seguro haremos mucho sin saber bien si está correcto o no, pero estamos haciendo lo que por tantos años no hizo nadie, y eso ya nos da algo de puntos.

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Continuado el 3 de noviembre del 2024
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Reivindicar Guayaquil es reivindicar la idea de descentralizar esa constante de que Quito es el único lugar donde se gestan las artes, yo vivo diariamente la superioridad numérica de las propuestas de la capital frente al resto del país, incluso frente a la misma Pichincha. Es inverosímil la autoconfianza y hasta el discurso de superioridad que evocan las personas en sus creaciones artísticas.

Habitar Quito es asquearse de la repetición de los mismos de siempre en un círculo endogámico donde nadie entra, y de donde no sale nada. El amigo del amigo, los de los padrinos, los que se pavonean mostrando unos trabajos 'posmodernos' que no hablan de nada. Donde la envidia circunvala, y donde es mejor que todo quede entre panas para que nadie más obtenga algo, donde prima el ego que el compartir.

La Universidad de las Artes, ahora con tiempo y distancia puedo decir, que ha caminado un trecho súper empinado que debe defenderse, porque sigue siendo la única institución pública, gratuita y de calidad (ahora con la acreditación del CACES mucho más) en artes que tiene el país, y que dio la oportunidad a muchísima gente que ni siquiera tomaba como opción plantearse las artes.

Extraño Guayaquil, por la labor organizada, por la labor de calle, por la verdadera gestión que se bancaron a pulso y que se siguen bancando, desde la institución pero también y sobre todo desde la gente que hace artes. Es un derecho, y ahora se reconoce más en la costa que en la siempre ensimismada Quito.

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