21 dic 2018

Libros ojeados de fin de año


Llevaba varios meses leyendo un poco y otro poco de este conglomerado de textos. La bufanda del sol de editorial La palabra, de hecho es una antología de varios textos anteriores de la misma edición y llegó a mis manos como un regalo que me dio Sharián Sáez por una participación en una improvisación por el 10 de agosto. Un pago justo, creí.

Imagínense, de agosto a acá, es mucho, pero lo acabé un poco antes, solo que no había tenido tiempo de sentarme a escribir. La selección de los mejores cuentos desde 1970 a 1990 en el Ecuador, trajo hacia mí unas joyas literarias que no había reparado. Triple salto fue el que más me gustó. Recojo El guardaespaldas como un cuento también muy bueno. Recordé esta noticia de que en una feria del libro, el representante de Ecuador había dicho que la literatura del país poco y más había muerto en la década de los 70.

'El guardián' y 'la puerta cerrada' de Abdón Ubidia, 'la señorita Xerox' y 'Este Merino' de Raúl Pérez Torres, 'Los otros' y 'La escafandra' de Francisco Proaño, 'El viaje' y 'Un hombre de apellido Carrascos' de Pablo Barriga, 'El prisionero' de Vladimiro Rivas, 'Las evasiones cotidianas' de Fernando Tinajero, 'La tincada' de Fausto Arellano, 'El uno, el otro' de Ulises Estrella, 'El accidente del martes' de Iván Carvajal; entre otros, son varios de los cuentos que recoge esta antología.

Me ha llamado mucho la atención la forma de narrar de cada autor, pareciera a ratos que ‘está mal’ porque sale de los cánones de cómo usualmente se lee y se narra. Luego está esta escritura reproductora de las onomatopeyas que es bastante interesante, muy ecuatorianos ciertos cuentos. Transportadores de las realidades desde donde fueron escritos. Pareciera que se sienten hasta los climas costeros en los cuentos que salieron de allá.

Cada cierto tiempo, la vida me regala una caricia bonita en la figura de un libro. Fue mi amiga Luisa la que se iba al baño una tarde de café, y me dijo, lee este libro hasta que vuelva. Me enganchó y como no lo acabé de leer hasta que regresara del baño, se lo pedí prestado y me enamoró.

El taller, el templo y el hogar, de William Ospina, es un libro colombiano que, como no puede ser de otra manera en la herencia literaria colombiana, es un canto a la vida pero con cifras, datos, estadísticas y bastantes cachetazos de sentido común que harán a cualquier lector, abrir los ojos sobre el enorme daño que le estamos haciendo al planeta en todos los sentidos. A los humanos, por enfriar nuestras relaciones en el abuso de la tecnología, a los animales y plantas por creernos superiores a ellos y creer que están a nuestra merced, a nosotros mismos cuando accedemos a vivir en este sistema lleno de cosas, que no nos deja libertad.

Nos invita a reflexionar sobre el papel que tenemos como consumidores, y lo dañino que es nuestro sistema escolar, lo enfermos que están los medios de comunicación y lo que hemos hecho todos nosotros para seguir repitiendo unos patrones de conducta que nos llevan cada vez más cerca de la infelicidad, de la intolerancia, del irrespeto, del abuso entero de nuestro conocimiento. Sabemos más, pero también dañamos más. Tenemos más cosas, pero somos cada vez menos sensitivos.

Algunas de las citas más interesantes del libro (las que me alcanzaban realmente) las compartí en twitter, pero lo que es digno de compartir es el libro. El mundo sagrado (lo material) vs. La sacralidad del espíritu. Elegir la pobreza en vez de la opulencia (pero no entendida la pobreza como algo malo). La importancia de creer en lo absurdo (y por lo tanto de acercarse al arte). Y ser la única especie que ha hecho diccionarios para clasificar, haciendo de las clasificaciones, palabras útiles solo para cubrir las ignorancias. Digamos que en eso se resume el libro. Pero siempre hay mucho más.

Este tercer libro es una lectura 'de placer' que nos enviaron en la universidad. Dicen por los palos que quien realmente escribió este libro fue Claribel Alegría sola, pero fue obligada a incluir el nombre de su esposo. (Que raro, algo nunca visto). Está narrada en primera persona, femenina.

Narra de forma cruel, crudísima, sensitiva y reinvindicativa, los horrores de la revuelta del '32 en El Salvador, en medio de la explosión del volcán Izalco, en las inmediaciones del pueblo de Santa Ana.

La historia viaja por la muerte de Isabel, una mujer que ha dejado a su hija Carmen, un diario de vida donde se esconden los secretos de su pasado, mientras comenta todas las formas de vida que se sucedían en ese poblado. Ella, como esposa ejemplar, y repetidora del papel que la mujer latinoamericana 'debe cumplir' es un ama de casa, madre, y mujer que se carcome con el tiempo en un matrimonio que no la hace feliz, hasta la llegada de Frank, un extranjero que le ofrece la posibilidad de otro mundo.

Pero la historia de amor no es algo que nos deba engañar. Puesto que la verdadera fuerza del relato, está en la claridad de las descripciones del pueblo y de su forma de habitar, de cómo comen, viven, se mueven y socializan los salvadoreños (es una literatura próxima en figura a García Márquez y sus 100 años de soledad). Un relato realmente detallado, minucioso, muy cruento y de una candidez en los sentimientos, muy puro. Atrapante texto.

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