11 may 2017

De fiestas, ferias y festivales

Estuve hace no mucho en un festival de teatro, para no herir susceptibilidades de los compañeros actores, no voy a decir ni cuál, ni cuándo, ni de qué obra voy a hablar. Sin embargo el encuentro festivalero era siempre muy rico y siento que ese contenido que llenaba el espíritu poco a poco ha cambiado.

Vimos con el grupo un par de obras, todas bien ejecutadas, todas con actuaciones soberbialmente buenas, todas con una buena estética, un buen vestuario, buena escenografía, y todo bueno. Al final del día, la sensación no era como en otros festivales ni en otros espacios... algo faltaba. Mucho tiempo después de meditar me percato, con ayuda de los criterios de otros compañeros que salieron del festival con las mismas sensaciones y las mismas lecturas, que faltaba discurso.

Tal vez por vagancia, o por facilidad, los discursos teatrales cada vez existen menos, ahora solo se pone en escena cualquier chiste fácil o cualquier cosa que hable de 'algo' no importa qué, y mucho menos importa el por qué. Ya lo había comentado América Paz y Miño en otra entrada de este blog (Azul, naranja, verde y espuma), que la estética del teatro iba a ser poco a poco y cada vez más pobre, y que se iban a perder los discursos.

El arte se supone, debe propender a que pase algo conmigo y dentro de mi ser, que yo me pregunte algo luego de recibir en mi espíritu arte, y que ya no sea el mismo o la misma, sino cómo explicamos que la gente deba "gastar" $500 en un cuadro en lugar de irse con ese mismo dinero de viaje, o por qué tendría alguien que pagar $10 de entrada al teatro y no comprarse con ese mismo dinero un combo de tropiburguer. La respuesta es justamente que el arte tiene que darme algo que nada más me da, un alimento espiritual que me permite cuestionarme cosas, que me permite preguntarme y volverme a preguntar, y luego de eso, cambiar de preguntas.

Cuando veo en los festivales que se habla de algún tema, pero que ese tema no invita al debate sino a hacer teatro por hacerlo, me pregunto si estaremos en la línea del facilismo. El maestro Arístides Vargas habla de que el artista debe estar en permanente estado de errancia, de itinerancia por no saber qué va a pasar consigo mismo y con el mundo que le rodea, se cuestiona todo y todo el tiempo. No hay discursos en el teatro.

Es muy triste, porque antes quienes estaban en las áreas de las artes eran seres de los que los artistas 'nuevos' o 'jóvenes' aprendíamos mucho, escuchar a cada artista era una cátedra, y ver alguna de sus obras era salir tocado hasta lo más profundo y sensible del ser, puesto que había mucho que decir y se decía, ahora tal vez hay mucho más, pero hay más miedo de decirlo o menos arrojo.

Este espacio pretende ser un llamado de atención a todos los compañeros artistas, de todas las artes. El arte es llamado y nació para ser político, para ser cuestionador, para ser contrapoder, para ser curioso y sin ser juez siempre fue parte de los de abajo, de los oprimidos. Está llamado a hacer pensar. Y si no, entonces que esté llamado a no ser.

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