Hace casi un lustro, en un Festival de Teatro en la ciudad de Riobamba, se presentaba la obra “Azul, naranja, verde y espuma” del Teatro de Oro de Machala; lo lindo de los festivales es que al final de cada día, se puede socializar con los actores y directores y crear una fraternidad artística que no se da en otros espacios.
En la mesa de la retroalimentación entre público, actores y directores de las obras de la noche estaba una mujer alta, con mirada firme a pesar de estar casi oculta detrás de su cerquillo, con postura erguida y aspecto noble como quien sabe lo que es, y lo que defiende. Ese día, hace más de cuatro años, después de ver esa obra y de escuchar a esa mujer narrar con pasión arrolladora lo que era su concepto de teatro, la resolución fue inmediata; esta mujer tenía que estar en este espacio.
En ese tiempo, ella era grande, la directora aplaudida de pie en el Festival, con una obra que llegó a cada poro del cuerpo, que emocionó hasta el más fuerte de los asistentes, y que no dejó a nadie quieto. O todos reían, o todos lloraban, pero para nadie la obra pasó desapercibida. Era una obra “para niños” con títeres y una utilería infantil. Sobre el escenario había un carrito de máscaras donde los dos personajes de la obra contaban cuentos tradicionales de Ecuador y de Machala, pero a todos los asistentes los identificaba por igual.
Los actores, eran dos hombres de más de 40 años ambos, que interpretaron de forma exacta, casi perfecta, la naturaleza de dos niños de aproximadamente cinco años, con el vestuario, el maquillaje y los peinados. Sin duda, la obra era buena, pero el montaje lo era aún más, por eso conocer a la directora de esa obra de arte, casi fue un sueño.
A pesar de eso, jamás hubo una conversación directa con ella, y cuando este trabajo empezó a gestarse, buscar a esta mujer hasta por debajo de las piedras, se hizo más que una opción de entrevista para la investigación, un deber de principios personales. Finalmente, alguien con su contacto la trajo hasta estas líneas.
América Paz y Miño es un huracán, un tren, un volcán, o –hágase el lector la idea- algo inmenso que arrasa con todo a su paso si no se está preparada. Sin poses, ni figuras, ni etiquetas, ella misma en su propio carro pidió que se la acompañe a almorzar mientras concedía la entrevista, y así fue.
La comparación con un huracán, es por la devastación que dejó sobre mí, espiritual y humanamente hablando. Para ir a las siguientes entrevistas, debió pasar un lapso de semanas para poder asimilar todo lo que esta admirable mujer aportó a este trabajo, y cuestionó todo en lo que se fundamentaba esta investigación. Incluso por encima de otras entrevistas, esta es importante.
Cuando la conversación comenzó, ella era todo lo que desde hace tanto tiempo atrás, había parecido y era mucho más.
No titubea ni por un segundo en sus respuestas, para ella la independencia en el arte es una utopía, desde que los seres humanos se trasladan a vivir a un espacio urbano como Quito; porque para ser independientes –dice- hay que auto sustentarse y no se puede. “Tú misma debes generar tu comida, tu sistema de agua, tu transporte, y eso no pasa en los espacios urbanos. Y desde el arte menos, necesitas del público, dependes del público, si el público no va te jodes”.
Dice que desde el 2003-2005, las leyes han eliminado de a poco los incentivos al arte, “nos acorralan a los artistas, como si quisieran asesinarnos”, y habla de la plataforma creada por ella, el “Quito Chiquito” y cuenta con nostalgia cómo su hermana le había escrito un mensaje diciendo “cómo me hubiera gustado que en mi tiempo hubiera habido un Quito Chiquito” y ella dice “100 000 niños lo tenían, y se lo quitaron”.
América es fuerte en sus respuestas, casi cruel pero sensata, ella misma dice en algún punto –casi lloras- cuando se intenta plantear la siguiente pregunta. Fue la entrevista más compleja que he hecho en la vida, porque fue a ratos, imposible quedarse en la condición de la periodista que hace su trabajo y no se conmueve. Hizo que a cada segundo, hubiera un cuestionamiento de dónde debe estar la emocionalidad del periodista, de si se podía o no llorar ante las respuestas sensibles, o si se podía gritar de rabia en cada cosa con la que no se estaba de acuerdo. América sacudió todo lo que rueda por la cabeza de esta periodista, y la decisión de seguir esta carrera que a veces parece tan cruda.
Para los periodistas que trabajamos con las personas, que intentamos comprender sus historias, que tenemos que explorar y que investigar, la experiencia personal es, naturalmente, fundamental. La fuente principal de nuestro conocimiento periodístico son "los otros". Los otros son los que nos dirigen, nos dan sus opiniones, interpretan para nosotros el mundo que intentamos comprender y describir. (Kapuscinski 2006, p.37)
Con respecto a este autor, y a lo que dijo América, viendo en retrospectiva, eso es algo que se agradece, porque está bien preguntarse, si esto es realmente lo que se quiere hacer por el resto de la vida. Y por partida doble, porque América cuestionó también lo que hacen los artistas.
“En mi generación casi todos (los artistas) nos volvimos gestores, los que vienen no tienen nada, bailan al compás de la plata, son talentosísimos, pero no tienen propuestas sólidas. Y los que las tienen, son contados con una mano; los mayores hicieron su trabajo y nosotros hacemos el nuestro, pero ¿dónde está la nueva propuesta que viene después de mí?”
América es la fundadora del Colectivo Luna Sol que trabaja el arte para niños, y le desmotiva saber que las generaciones de artistas futuros, no tengan posturas frente al poder, como su generación tenía antes y labró con esas propuestas los espacios que se ganaron. “La gente que viene tiene masterados, diplomas, capacitaciones, títulos, pero ¿dónde está eso en la práctica?, ¿quién se mete en la parte organizativa, dónde están las nuevas generaciones, y sus propuestas políticas? Los nuevos artistas vienen a bailar con las nuevas reglas. Nosotros (los artistas de mi generación) hemos hecho lo que hemos podido, y lo seguiremos haciendo, pero llegará un punto en que ya no podamos”.
Dice que cuando va a algún Festival, o a alguna presentación y se encuentra con sus maestros, la felicitan y le dicen: América qué orgullo que sigas trabajando en lo que siempre te apasionó; “¿yo a quién le digo ¡qué orgullo!?, si a nuestros propios proyectos nos aniquilan, y los que vienen no tienen proyectos, el futuro del arte es bastante negro, no habrá estética ecuatoriana porque nosotros no podemos dar clases”, haciendo referencia a la Universidad de las Artes y a lo que hoy se entiende por arte.
Y lo que se entiende por arte, para América, se debe a la falta de compromiso de los medios frente a una especialización en arte; en prensa “siempre va a ver la obra el más nuevo de los periodistas, que si tienes suerte le interesa. No te peleas con ellos porque son la puerta a que se vea tu trabajo, aunque como ya todas las puertas están cerradas no interesa y te peleas igual, porque ellos necesitan cubrir un espacio y punto, pero tú vives de esto, es tu trabajo”. “Lo que ves en la televisión es lo que se supone que ahora es arte, cuando es una falta de respeto en toda su extensión”
También cuenta que el hecho de que los artistas sean tan desorganizados, y nunca hayan podido crear un frente unitario para sus luchas*, es algo de siempre que no se ve mejorar “no hay interés real ni en sus propios proyectos, peor en enfrentar a los poderes juntos” y cuenta una anécdota, de hace una década, en la que en una Asamblea en la FLACSO, se reunían los candidatos al ya extinto congreso con los artistas, y se hablaba de las economías solidarias que el teatro ha sostenido desde siempre para poder subsistir, a lo que uno de los candidatos al Parlamento había respondido con burla. Uno de los compañeros artistas, ofendido había sostenido: “yo no me voy a rebajar a discutir con un PhD”. Dice América, “¿Cómo vas a poder dialogar con alguien que se cree el Mesías?” y entre otras cosas, la relación entre los gestores y los poderes no avanza por ese tipo de posturas, tan cuadradas como necias, de ambos frentes.
Otro de los problemas que ella identifica en el arte actual, es el egoísmo y la envidia, el egocentrismo, dice que con esos lineamientos, se rompen todas las prácticas de reciprocidad, importa muy poco lo que los demás hagan. “El frío brazo del neoliberalismo los tomó por el cuello” y ahora ya no miran para los costados, sino que la preocupación es estar bien ellos solos, primero yo, segundo yo y si sobra, para mí.
“El arte no es para que te aplaudan, eso es ególatra; el arte es tratar de tener incidencia social. Te abre otra sensibilidad que puede cambiar la sociedad” incluso no haces arte para incentivar a otros a que se dediquen a artistas, “no me interesa enseñar a nadie, pero sí afectar vidas positivamente, que mi vida no sea igual después de ver una obra de teatro porque una obra me tocó las fibras internas más sensibles, y por eso salgo pensando de nuevo en cambiar el mundo”.
Para América, lo que hizo que funcionara en otro tiempo el teatro, es justamente que no había tanto egoísmo, “las prácticas ancestrales de los pueblos, que hicieron que los pueblos sobrevivieran fueron la reciprocidad y la solidaridad, son prácticas asociativas que deberíamos tener los artistas, te ayudo porque sé que me necesitas y no porque debas darme algo a cambio. O podríamos aplicar la economía de los afectos, te ayudo porque eres mi pana, o porque no quiero que el teatro muera”.
Sin embargo, el orgullo predomina, los artistas de hoy, prefieren acceder a los pedidos de los poderes para tener el dinero de los montajes y de sus procesos creativos que pedir un favor, aunque América está de acuerdo con que cada artista en esta realidad social debe buscar su propio camino de salida, porque no se puede convencer a nadie de pensar lo que ella piensa, está convencida que el trabajar por ese dinero es venderse.
“La falta de dinero y de espacios es una raya más al tigre, pero no por eso voy a prostituir al teatro, ese día dejo de hacer teatro, prefiero dejarlo y vender caldo de patas afuera de mi casa” y esta frase viene de alguien que ha vivido, o sobrevivido (y vive) del arte por décadas (es ahí cuando dijo casi lloras), pero tiene claro que para llegar a eso hay que convencerse, saber que es ese el camino que escogiste; cuenta que cuando era más joven y le proponían presentarse como payasito en fiestas infantiles o vender su artesanía en la calle, ella escogió la calle. Esa fue su decisión y no se arrepiente.
Es una firme convencida del trabajo con niños, sabe que aunque tal vez no sea lo más grande que puede hacer, su formación de una u otra manera, va a aportar a que los niños se valoren desde su propia creación, dice que la vida de los niños sí es distinta cuando se los acerca al arte y a ella le importa ser un vehículo para los niños; antes veía al teatro como su vida, luego como su trabajo, pero hoy, América sabe que el teatro es una herramienta comunicativa, “por eso trabajo con niños, para que de grandes no sean unos animales que hablen cualquier cosa del teatro” como algunos periodistas, agregado personal.
La entrevista pasa volando y termina, con el almuerzo de América a la mitad, porque de tanto hablar casi no ha comido, y con un Quito que aparenta una muy próxima lluvia, mientras el tráfico se empieza a agudizar. Entonces América ¿Qué es lo más duro y lo más gratificante de tu trabajo? Cita a Hermes Trismegisto y dice que cree en la ley de los opuestos, “Lo más duro es saber que a pesar de todo el trabajo que has hecho, no has logrado cambiar el mundo, que la incidencia en la vida de las personas es mínima; pero ese mínimo vale la pena, porque eso es lo más gratificante.”
Es la única vez durante toda la entrevista, que se quiebra su voz y sus ojos muestran lágrimas; del otro lado, con nudo en la garganta, se apaga la grabadora porque la entrevista ha terminado, pero la tertulia sigue por horas, mientras todas las cosas en las que se creía antes de empezar, van saliendo una a una por la puerta de la vergüenza.
*Cuando se realizó esta entrevista aún no existía la Anae (Asociación Nacional de Artes Escénicas)
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