Son aproximadamente
las 13h00; los baldes abarrotados de rosas de colores, el canelazo embotellado
en galones, los vestuarios, el maquillaje y otra serie de implementos que
servirán más adelante para generar ciertas dinámicas teatrales, ingresan bajo
un sol canicular a la que fuera la casa de José Mejía Lecquerica, y que también
sirvió de hogar para Manuela Espejo.
Dentro de esta
patrimonial e histórica casa -hoy en custodia de la Sociedad de Egresados del
colegio Mejía- la directora, los músicos y los actores van y vienen llevando y
poniendo objetos, montando la escenografía, probando las luces que están en
riesgo por los apagones así que preparan también velas por si la obra queda ‘a
medias’; se escucha la afinación del requinto y la entonación de la guitarra,
alguien ensaya el centro de esta puesta en escena: el pasillo ecuatoriano.
“Anhelos” es una
obra de teatro del grupo quiteño Teatro en Rojo fundado en el año 2022 por
Cristina Figueroa, y es un tributo a la música nacional interpretada en vivo.
En “Anhelos” se narra la historia de Apolo, un huasicama que sirve a Salomón
quien es el dueño del rosal que acoge la obra y patrono de este universo
imaginario donde habitan una serie de personajes que tienen amores cruzados
entre sí.
Apolo está
enamorado de Marisol, la mujer más bella del pueblo; pero está condenado a
mantener su amor en secreto puesto que diariamente Salomón –jefe de Apolo-
corteja a Marisol enviando un ramo de rosas que ella devuelve con molestia
puesto que va a casarse con Óscar, personaje que es mejor amigo de Salomón.
Salomón busca
instigar una ruptura entre Marisol y Óscar porque este último fue novio de su
hermana Violeta, y sabe que ella sigue enamorada de Óscar. La obra nos sitúa a
dos días del matrimonio entre Óscar y Marisol, en el que previamente se
celebrará un festival de recitación para conmemorar las fiestas del pueblo y en
donde se destapará una serie de secretos que Apolo ha originado.
Cuando el público
empieza a llenar la casa de Mejía, se le sirve un canelazo hirviendo y se le
integra a la atmósfera con los músicos en vivo que inician su repertorio
tocando pasillo, pasacalle, vals y albazo; además se les invita a tomar una
silla a cada uno y a sentarse donde desee así como a moverse libremente durante
la obra, nadie está obligado a mantenerse en su sitio inicial. A pesar de la
indicación, la mayoría de asistentes mantiene un orden regular.
La obra inicia
puntual con aforo lleno; la directora agradece la presencia de las personas que
se han repetido en una y hasta en dos ocasiones el espectáculo, así mismo
invita a disfrutar sin la dependencia de los teléfonos celulares, norma que no
tiene mucho éxito cuando inicia el primer acorde del yaraví ‘Puñales’ y se mantiene cuando aparece el capischa, y
los otros géneros.
“Anhelos” unifica
intergeneracionalmente a niños, jóvenes y adultos; celebra la capacidad de amar
así como la infelicidad del desamor, y se
da la licencia de imaginar bajo qué contexto se crearon estas piezas musicales adaptándose
al movimiento natural de los balcones de la casa.
Tristemente no hay
final feliz para nadie. “Anhelos” evoca un discurso de dignidad que abandona al
espectador a su libertad de interpretación. Los personajes no regresan a
recibir el aplauso del público, pero el público espera que vuelvan para
reconocer sus voces y sus actuaciones. Al final, cuando los actores vuelven,
descubren que el público se ha identificado con la historia y se quedan para
tomarse fotos y felicitarles.
Nadie se queda
ajeno frente a lo vivido. Durante una hora y media todos han viajado en el
tiempo y se han reencontrado con su amor de juventud, o con aquel amor
imposible que a falta de un mejor final ha de vivir en la memoria para siempre.
Por eso se repiten la obra, porque se reconocen en el texto de los personajes
cuando dicen que el romance es aquello que idealizamos porque nos conviene.



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