Eran las 06:00 AM, llego a la parada de bus para ir a trabajar un sábado por la mañana. En la parada está uno de mis vecinos con quien saludo cortesmente y sigo esperando. Casi inmediatamente después, veo bajar a un joven corriendo mientras va mirando si alguien le sigue, y se va deteniendo a metros de nuestra parada porque efectivamente, dos hombres más le siguen.
El primero, pocos metros detrás del joven, le grita: 'lárgate, lárgate o te vamos a matar'. El segundo, bastante más atrás está buscando algo. El joven perseguido se detiene totalmente frente a nosotros sobre la calle, y le trata de dar alguna explicación sin éxito al hombre que está más cerca y que le empuja. El joven trata de hacer que algún vehículo se detenga y le lleve; el segundo hombre se ha acercado ya con una piedra que ha recogido en el camino y le cae a piedrazos en la cabeza al joven en el suelo.
El primer hombre trata de impedir que mate al joven, (bien podría con una piedra de ese tamaño) y le dice: 'déjalo ir, pero tú lárgate o te matamos'. El joven logra escapar y se pone a correr de nuevo, esta vez más asustado y a más velocidad que antes. Una buseta particular que ha presenciado la escena le abre la puerta y se lo lleva. Todo esto delante de nuestros ojos, y ni mi vecino ni yo, hicimos nada.
Escena 2: Subo a la buseta que me lleva desde Cumbayá hasta Carapungo, en algún punto determinado del viaje, y sin razón aparente, uno de los pasajeros se baja y empieza a pelear a los puños con el cobrador. Le empuja y pisa su cuello en el suelo, le saca sangre y le sigue pegando, nadie interviene, hasta que luego de algunos segundos en que pareciera que el pasajero va a azotar la cabeza del cobrador en el pavimento, el chofer decide bajar a separarlos. Entre medio, otro pasajero se baja y roba el celular a uno de los contrincantes, que por estar peleando ha dejado caer su teléfono.
Todo pasó en cuestión de minutos, frente a mis ojos casi dos personas pierden la vida. Me pregunto si realmente yo podría haber hecho algo; la respuesta es: ¡Claro que sí!, pude llamar a la policía, pude ofrecer un poco de agua a los heridos, o intentar limpiar las heridas, llamar algún carro para que se fueran a casa de forma seguros, sí pude haber hecho algo, pero NO lo hice.
Vivimos en una cultura que normaliza la violencia. Que hace de la violencia parte de su vida, que habita la violencia como una esfera tan natural del cotidiano, que al leer las noticias me cuestiono si somos nosotros, los lectores espantados, los que no nos damos cuenta que somos nosotros mismos los que perpetuamos estos patrones. Yo no hice nada, la policía no hace nada, nadie hace nada en contra de la violencia en este país.
Por eso no me ha sorprendido lo sucedido con Diana, con Martha, con todas las mujeres en Ecuador y el mundo, no me sorprende que la policía no haya hecho nada en el caso de Diana, y que los que hirieron a Martha no tuvieran una gota de compasión. No me sorprende, y eso es justamente lo que más me duele, que a mí tampoco me sorprenda tanto horror y tanta violencia. Que yo también haga caso omiso a lo que pasa, o que también tenga impotencia, pocas armas, casi nada de voz, y un voto que no sirve para nada.
Somos violentos, somos incólumes frente a la violencia, ignoramos, rechazamos, obviamos, dejamos de ver. Si nos diéramos cuenta de ello, y al menos reconociéramos que como sociedad tenemos un problema, podríamos reescribir nuestro futuro con gente que viva, y que quienes mueran no lo hagan frente a los ojos atónitos e impertérritos de rostros que filman, vanalizan, o se incapacitan de hacer algo. Ya no seamos más testigos oculares, hagamos algo, percatémonos de cómo nos acercamos hacia los otros. Si no reconocemos al menos, que en algo fallamos, luego no tendremos nada más que decir, cuando seamos l@s siguientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario