7 jun 2021

Anécdotas docentes: De tal palo, tal astilla.

Una de mis estudiantes tenía una vida privada compleja, su madre la había tenido a muy corta edad y su padre la despreciaba; él incluso había llegado a afirmarle a ella misma, que si la iba a visitar o a ver no era porque le interesara sino porque buscaba regresar con su mamá.

Esta criatura era educada por su abuela, quien era una mujer con una historia similar a la de su hija, y estaba sola a su cuidado. Con el tiempo entenderíamos en la escuela la influencia que tenía la señora en la educación de la niña.

Un día, vino a visitarme su abuela, pues la niña le había dicho que yo le dije que era tonta, fea y negra, entre otros adjetivos que yo, por supuesto, nunca usé. Lo cierto es que el departamento de psicología de la escuela me llamó a preguntar por qué reaccioné de esa manera con la niña, a lo cual contesté que no era verdad.

A las semanas siguientes, yo recibía al menos un mail al día, y dos visitas a la semana en relación a las cosas que le decía a la niña. Ella aseguraba que yo le había dicho que me reconocía en ella porque era una niña rebelde que perdió tres veces el año, y que ser así de irreverente era algo que estaba muy bien.

Cuando las mentiras de la criatura salieron de control, hubo un ejercicio del departamento de psicología en que estaba mucha gente involucrada, ahí, frente a mí, la niña volvió a sostener que yo le había dicho lo de perder el año tres veces, y que ella era negra, tonta y fea. Para mí fue un shock muy grande, pues la representante del departamento de psicología me supo manifestar que la palabra de la niña tenía más validez que cualquier cosa que dijera yo.

Al acabar esa reunión, yo lloraba tanto que la misma niña se acercó a ofrecerme disculpas por mentir, pues era su abuela la que le enseñaba a mentir porque decía cosas en casa para ocultar su presencia a su padrastro y tenía con ella prácticas tóxicas, que yo inmediatamente comuniqué a la psicóloga. A partir de que la psicóloga confrontara esto con la abuela de la niña, ella adquirió una fijación en contra mía.

Con el tiempo entendí que siempre debía tener un testigo cuando hablara con la niña, y evidencia de cualquier índole. Para mi sorpresa, las cosas no terminaron allí.

Era el programa de navidad, y entre la locura de las presentaciones nos habían asignado la obra de teatro, es decir el evento central, el auditorio era tres pisos arriba de nuestra aula y había quienes, como siempre, se olvidan algo en el aula, o dejaron algo por allí. Lo cierto es que multitudes de personas van y vienen sin parar de un lado a otro.

El evento de navidad es el último antes de las vacaciones de diciembre y el regreso a la escuela se hace en enero. Cuando el evento terminó, y dejamos todo limpio y listo, salimos a comer con varios compañeros de trabajo. Al querer pagar la cuenta me percaté de que mi billetera no estaba, así que tuve que pedirle al jefe de servicios que por favor me abra el colegio al día siguiente, un domingo.

Llegué al aula y no encontré nada, y yo estaba segura que nunca saqué mi billetera de la cartera. Sin vacaciones porque tuve que sacar todos los documentos de nuevo, me resigné y me enfurecí, pues era la segunda vez que algo mío desaparecía en un evento con padres. Se lo comuniqué a mi jefa y ella me dijo que escriba a los padres, a ver si alguien vio algo.

Inmediatamente supe que era algún padre, porque mi aula siempre permanecía abierta, mis cosas siempre estaban a la mano, y jamás durante clases mis niños se acercaban o tocaban nada. Si solo pasaba en los programas escolares, es porque alguien que ingresaba justo allí era quien tomaba las cosas.

Llegó enero. Ya había sacado mis papeles de nuevo, y había comprado una nueva billetera. Cuando llegué al colegio, una compañera de otra sección me detiene en la puerta y me dice que la abuela de esta niña, la que mentía, la había llamado debido a que quería saber si había cámaras en las aulas porque yo había culpado a su nieta de robarme la billetera. El dato curioso es que yo nunca mencioné a los padres qué era lo que me habían robado, así que era impresionante que lo supiera.

Corrí a contarle esto a mi jefa, quien me llevó a las cámaras de seguridad, que grababan hasta 15 días atrás, pero ya habían pasado muchos por lo que yo no tenía mucha esperanza. Igualmente revisamos y efectivamente, notamos cómo en la cámara se ve a la abuela de la niña en actitud sospechosa; en honor a la verdad, no se le ve directamente tomar la billetera, pues las cámaras registran los pasillos y no las aulas, pero es evidente que retorna a hacer algo que la deja notablemente nerviosa después, y arroja algo en el basurero del baño.

Cuando escribo a los padres un nuevo mail mencionando que, debido a lo ocurrido, ningún padre de familia podrá volver a permanecer en el aula sin mi presencia, la abuela de la niña llega al otro día a decirme que se siente muy preocupada de las "desapariciones" de mis cosas. Jamás se desapareció nada de ninguna criatura. Yo la miro a los ojos y le digo: ya sé quién fue, porque vi el video de la cámara.

Los ojos y la cara de esa mujer cambiaron a espanto, por supuesto nunca me devolvió nada, pero yo me encargué de comunicarlo a todos mis compañeros. La señora nunca más volvió a aparecer en la escuela, y a partir de allí, dejó de ser la representante de la nena, para que sea la real mamá, la que haga frente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario