En 9 semestres conocí dos
rectores de la Universidad, 4 decanos de mi facultad, y 5 coordinadores de
carrera. Un escenario extraño, porque en teoría, tantos cambios solo podían ser
fruto de una condición extraordinaria. Justo esos cambios, los más bruscos, se
dieron en medio de mi proceso de titulación, y recuerdo con nostalgia que el
ambiente que se vivía era lúgubre, penoso, con el aire contenido y las respiraciones
muy tensas, nadie sabía si sería el próximo en irse.
Yo vivía mi propia crisis
personal, mi directora de tesis llegó a ser sub-decana de otra facultad en otra
universidad y no le quedaba tiempo ni para respirar, peor aún para dirigir mi
tesis; así que prácticamente tuve que obligarla a que renuncie, porque no tenía
tiempo ni de hacer efectivo el documento. Y las coordinadoras que llegaron
después de quien había sido el coordinador toda la carrera, eran más una piedra
de tope que una ayuda.
Recuerdo ese tiempo de grado con
una tristeza aguda, es más, no tengo ganas de recordarlo porque representa una
especie de trauma o capítulo felizmente cerrado, pero con una herida no
cerrada. Viene a mi mente ahora, porque mi proceso de titulación de cuarto nivel
ahora está frente a mí, y es tétrico y aterrorizante, ver cómo el escenario se
empieza a repetir delante de mis ojos sin que yo pueda hacer nada.
El ambiente que se vivía en mi
Universidad en tercer nivel era particular, silencioso, casi podías respirar el
miedo de quienes todavía se quedaban, y el dolor de ver perdidos a amigos que
habían trabajado décadas en esas instalaciones. Gente que reconocías de toda la
carrera, y que ahora ya no ibas a volver a ver porque habían sido destituidos.
La noche del 30 de abril de este
año, ha sido una noche que desencadena un escenario similar, pero con 6 años de
diferencia. Ya no hay rector, se ha cesado en funciones a quienes eran las
cabezas de lo que sería “mi facultad” y me da pánico sentirme de nuevo en una
historia similar, sobretodo porque ensombrece procesos felices, como deberían
ser los grados.
Aparte del golpe horrible de ver
ejecutada la educación pública en estos momentos, creo que nadie se detiene a
pensar en el daño colateral, o en los cientos de daños colaterales que un
recorte implica. Son dos episodios distintos los de mi tercer y cuarto nivel, y
con razones diametralmente opuestas, pero me deja pensar que quien toma las
decisiones de recortar personal, no se da cuenta de cuánto daña, de todo lo que
asesina, de lo mucho que lastima y los muchos a quienes hiere con decisiones “en
beneficio” de quienes se quedan.
Para mí fue hacer relaciones
desde cero con quienes no conocía, para que no se enturbie mi proceso, y puedan
conocer de mi valía como estudiante, y de que había calidad en mi trabajo, pero
por dentro, era una sensación horrible de no recibir sonrisas, solo presión y
rostros que no sabían muy bien cómo enfrentarse a un panorama insensiblemente
nuevo.
Que sirvan estas líneas para nada
más, que para hacer saber que la educación es un lazo que nunca se rompe, que
siempre te vas a sentir parte de esas aulas, de esas personas, de toda la gente
que estuvo en el proceso aunque sean personas que no elegiste, como quién te
atiende en el bar, o quién te cobra en colecturía, o quién barría tu pasillo. Son
latigazos a la memoria, es un ultraje a los recuerdos, es desposeerte de las
imágenes que te acompañan y forman tu historia.
A todos esos miles de
trabajadores que están siendo despedidos, y que son parte de las estadísticas
esclavas de este profundo calvario que no terminamos de transitar, sepan que
van en los recuerdos de los estudiantes, siempre van, siempre van a ir y
siempre van a estar. No podríamos graduarnos sin ustedes, no podríamos haber
estudiado sin ustedes. Nuestra experiencia educativa es otra porque fueron
parte, y duele mucho no poder decirles más que gracias.
Hay recompensas, que no nos
corresponde dar a los actores de una vivencia, sino a quienes heredan la
historia. O eso quiero creer para consolarme.
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