3 may 2020

En representación de la memoria

Cuando me iba a graduar de tercer nivel, hubo un cambio brusco en mi Universidad. Despidieron casi a 400 trabajadores, entre personal de limpieza, mantenimiento, administrativo, docentes y autoridades. Hubo cambio de rector, y recuerdo con especial tristeza la salida de mi coordinador de carrera.

En 9 semestres conocí dos rectores de la Universidad, 4 decanos de mi facultad, y 5 coordinadores de carrera. Un escenario extraño, porque en teoría, tantos cambios solo podían ser fruto de una condición extraordinaria. Justo esos cambios, los más bruscos, se dieron en medio de mi proceso de titulación, y recuerdo con nostalgia que el ambiente que se vivía era lúgubre, penoso, con el aire contenido y las respiraciones muy tensas, nadie sabía si sería el próximo en irse.

Yo vivía mi propia crisis personal, mi directora de tesis llegó a ser sub-decana de otra facultad en otra universidad y no le quedaba tiempo ni para respirar, peor aún para dirigir mi tesis; así que prácticamente tuve que obligarla a que renuncie, porque no tenía tiempo ni de hacer efectivo el documento. Y las coordinadoras que llegaron después de quien había sido el coordinador toda la carrera, eran más una piedra de tope que una ayuda.

Recuerdo ese tiempo de grado con una tristeza aguda, es más, no tengo ganas de recordarlo porque representa una especie de trauma o capítulo felizmente cerrado, pero con una herida no cerrada. Viene a mi mente ahora, porque mi proceso de titulación de cuarto nivel ahora está frente a mí, y es tétrico y aterrorizante, ver cómo el escenario se empieza a repetir delante de mis ojos sin que yo pueda hacer nada.

El ambiente que se vivía en mi Universidad en tercer nivel era particular, silencioso, casi podías respirar el miedo de quienes todavía se quedaban, y el dolor de ver perdidos a amigos que habían trabajado décadas en esas instalaciones. Gente que reconocías de toda la carrera, y que ahora ya no ibas a volver a ver porque habían sido destituidos.

La noche del 30 de abril de este año, ha sido una noche que desencadena un escenario similar, pero con 6 años de diferencia. Ya no hay rector, se ha cesado en funciones a quienes eran las cabezas de lo que sería “mi facultad” y me da pánico sentirme de nuevo en una historia similar, sobretodo porque ensombrece procesos felices, como deberían ser los grados.

Aparte del golpe horrible de ver ejecutada la educación pública en estos momentos, creo que nadie se detiene a pensar en el daño colateral, o en los cientos de daños colaterales que un recorte implica. Son dos episodios distintos los de mi tercer y cuarto nivel, y con razones diametralmente opuestas, pero me deja pensar que quien toma las decisiones de recortar personal, no se da cuenta de cuánto daña, de todo lo que asesina, de lo mucho que lastima y los muchos a quienes hiere con decisiones “en beneficio” de quienes se quedan.

Para mí fue hacer relaciones desde cero con quienes no conocía, para que no se enturbie mi proceso, y puedan conocer de mi valía como estudiante, y de que había calidad en mi trabajo, pero por dentro, era una sensación horrible de no recibir sonrisas, solo presión y rostros que no sabían muy bien cómo enfrentarse a un panorama insensiblemente nuevo.

Que sirvan estas líneas para nada más, que para hacer saber que la educación es un lazo que nunca se rompe, que siempre te vas a sentir parte de esas aulas, de esas personas, de toda la gente que estuvo en el proceso aunque sean personas que no elegiste, como quién te atiende en el bar, o quién te cobra en colecturía, o quién barría tu pasillo. Son latigazos a la memoria, es un ultraje a los recuerdos, es desposeerte de las imágenes que te acompañan y forman tu historia.

A todos esos miles de trabajadores que están siendo despedidos, y que son parte de las estadísticas esclavas de este profundo calvario que no terminamos de transitar, sepan que van en los recuerdos de los estudiantes, siempre van, siempre van a ir y siempre van a estar. No podríamos graduarnos sin ustedes, no podríamos haber estudiado sin ustedes. Nuestra experiencia educativa es otra porque fueron parte, y duele mucho no poder decirles más que gracias.

Hay recompensas, que no nos corresponde dar a los actores de una vivencia, sino a quienes heredan la historia. O eso quiero creer para consolarme.

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