Pensando en el nuevo aniversario de Voulez Vous y el camino docente que, por accidente, he recorrido; he decidido compartir unas anécdotas docentes en estos 12 años de trabajo que marcaron lo que he aprendido de mis estudiantes niños, adolescentes y adultos, y lo que me enseña esta labor en la que se permanece por vocación y con pasión.
En esta primera entrega, tomo como referencia uno de los trabajos que realicé como monitora en un campamento vacacional, ya habíamos hecho varios, y el inmediato anterior había sido un éxito rotundo, tan es así que me invitaron a participar del siguiente a pesar de que yo había mencionado mi deseo de retirarme de los vacacionales porque consideraba ya no tener edad para el desgaste físico y la demanda anímica que requieren los chicos en vacacionales, que sin duda es una energía distinta y mucho mayor que un año escolar común.
Acepto el reto y viajamos a Latacunga para hacer este vacacional en una empresa del sector, donde las familias tienen orígenes muy humildes, y acumulan múltiple descendencia. Cada trabajador tenía al menos tres hijos, y a todos ellos se les ofertó un vacacional gratis. Como el vacacional en Quito, de donde era originaria la empresa, había sido un acierto y todo mundo terminó feliz, llegar a Latacunga con esas altas expectativas nos hacía sentir orgullosos como equipo.
En Quito habían sido 100 niños, así que el equipo cubrió bien el trabajo. En Latacunga, eran 500 niños, por lo que casi triplicamos los trabajadores para este segundo vacacional e hicimos base en Latacunga ciertos monitores para dar un respaldo más fuerte al seguimiento de todos los chicos.
El primer día del vacacional, elegimos una hacienda gigante cerca de Laso, donde entrara toda la gente. Todo el día transcurrió normal, comimos, jugamos, compartimos, todo estaba como se espera en un primer día, niños que extrañan a sus familias, otros que la pasan muy bien. Nada fuera de lo común.
Se acabó el día, y al subir a los buses escolares que nos llevaban de regreso a Latacunga, algo sucedía y los buses no arrancaban, le pregunto al chofer del bus en que yo iba y del cual yo estaba a cargo, por qué no nos movíamos. Me dice que no le dan la orden de salir. Acto seguido llega el jefe de nuestro equipo y me dice: ¿cuántos niños tienes a bordo?, 45 respondí. ¿Contaste bien?. Sí, claro.
Sale disparado de mi bus y yo vuelvo a contar, y a pasarles lista por cualquier cosa. El monitor jefe vuelve y me dice, dales estos chupetes y vuelve a contar, no aparece uno de los niños. Cuando te asegures de que todos están, dile al señor del bus que cierre la puerta, nadie puede salir. Y te bajas, porque hay que ayudar a buscar.
Así hice, por tercera vez conté a los niños a mi cargo, les di chupetes, revisé la lista, hablé con el chofer del bus. Me bajé.
Esto sería a la salida de la primera jornada, a eso de las 13h15. Comenzamos a buscar en un campo abierto de hectáreas de terreno que colindaba, entre otros, con haciendas ganaderas y un río, en la hacienda donde estábamos había muchísimos animales, así que exploramos los establos, los gallineros, revisamos por baños, patios, casas, lagunas, visitamos varias veces las vacas pensando que quizá nuestro pequeño amigo se había quedado por allí temeroso; buscamos donde los conejos, en el corral de los pavos, etc.
Con el pasar de los minutos comenzaban las llamadas de los otros padres, que esperaban el retorno de sus hijos y los buses no salían hasta que no encontráramos al niño, dentro de quienes buscábamos estaba la jefe de recursos humanos de la empresa a la que le dábamos el vacacional, fue justamente de su bus del que desapareció el niño.
Este niño había ido con su hermana al vacacional, ella no paraba de llorar y buscaba con nosotros, a cada rato le preguntaban si estaba segura que su hermano subió al bus, cuándo fue la última vez que lo vio, cómo iba vestido. Nosotros revisábamos una y otra vez la lista de los buses, la que se hace antes de que los niños suban a los buses, a ver si el niño aparecía y efectivamente, en tierra había estado hasta la última vez que se tomó lista, lo cual indicaba que debía haberse subido al bus.
Empezaba el pánico al pasar las horas, buscábamos en los terrenos colindantes con ayuda de los dueños de la hacienda y los vecinos, buscamos en las riveras del río con un nudo en la garganta y con la seguridad de que nos iban a despedir ni bien llegáramos de vuelta, y no podíamos regresar sin el niño.
Daban las 17h30 de la tarde cuando escuchamos gritos, todos volvimos corriendo al centro de la hacienda, donde se encontraban los buses, los que gritaban, eran los niños del bus de la mujer de recursos humanos, el niño perdido, había estado allí siempre, se había quedado dormido debajo del asiento del final, en un rincón. Y, dormido como estaba, nunca escuchó ni la lista, ni los llamados, ni el llanto de su hermana. Debajo del asiento final del bus, había permanecido sano y salvo.
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