7 abr 2020

Museos: Entre aburrimientos y otras diversiones*

En el último trimestre de 2018 se inauguró el museo del pasillo; mención aparte merece la exposición ‘Contaminados’ en el MAAC de Guayaquil, que exhibió obras que en otras décadas estaban prohibidas en la misma ciudad. Hace un tiempo en Quito, el festival Al Zurich cumplía quince años de arte independiente; les ofrecieron un espacio de exposición en el CAC, la mayor disyuntiva que se plantearon sus creadores y gestores fue si entrar o no al museo después de 15 años de exponer en espacios alternativos.

¿Cuál es el valor del museo en el 2019? Pero no como año nuevo, sino como sinónimo de actualidad. ¿Por qué siguen habiendo museos en una era en la que todo es digital? ¿Sigue yendo la gente al museo, cuando siempre fue en los indicadores, el espacio artístico cultural que menos visitas generaba? ¿Cómo hacemos los artistas entrar a la gente al museo en un sistema como este?

Planteo este debate porque el ‘boom’ de exposiciones (más largas, y más frecuentes) que se exhiben en estos últimos dos años como mucho, hablan del carácter de una nueva generación de artistas, que ven un espacio en los museos. Sé que lxs queridxs lectores pensarán: pero si siempre han existido los museos, y yo deberé agregar que sí; pero las obras que se exhiben ahora, son bastante más lejanas a las clásicas figuras Valdivias, Chorreras, cerámicas de civilizaciones y lanzas de etnias que casi no conocemos, y de los enoooooormes textos curatoriales que hacían la experiencia, para un grueso de la sociedad, bastante aburrida.

¿Qué cambió? La visión del artista es la que hizo deslegitimar espacios como el museo, como ese inodoro puesto en exposición, cuando la quisieron subastar fuera del museo perdió validez porque solo el museo legitimaba su valor. Entonces es el artista el que legitima su arte fuera del museo. Como Bansky que tomó la subasta de su trabajo, como un escupitajo en la cara del consumo del ‘arte’, que parecía decir: el arte verdadero está fuera de aquí.

Me quiero detener un instante en la obra ‘La adolorida de Bucay’, exhibida en el MAAC (pleno malecón de Guayaquil, espacio siempre vetado y absolutamente intervenido por la Alcaldía del puerto). El artista fue impedido de exponer porque para el año de creación, el conservadurismo y el machismo imperante (aún) era tan extremo, que nadie podía imaginarse un retrato de la virgen Dolorosa con el rostro de Lorena Bobbit[1] flagelando un pene, era una herejía máxima. ‘Contaminados’ no solo mete al museo la obra, sino que invita a Zúñiga Albán a que se burle de quienes le negaron la entrada por décadas.[2]

Hoy por hoy se construyen muchísimos más museos, y más de dos tercios del país jamás tocan uno. Por eso las muestras de arte desde el grito opositor, rebelde, un tanto dicotómico, aunque cuestionable es importante.

Debe abrirse un debate, muchos museos están metiendo cafeterías, como si necesitaran un atractivo ‘más bonito’, ‘mejor’, algo ‘entretenido’ para que la gente pueda ir aunque sea a hacerse fotos. Yo no creo que eso sea algo malo, pero sí me cuestiono el lugar de privilegio que genera el museo. Lucía Durán fue una de las curadoras de una exposición en La Ronda, en el centro de Quito, donde expusieron cómo los vecinos, los habitantes y la sociedad perteneciente al barrio sentía parte de su ser incluido en las paredes de aquellas casas patrimoniales rodeadas de geranios que nadie riega.

Que hable la gente: Y había (dentro del museo) calzones de mujeres intervenidos por ellas mismas con leyendas como ‘yo soy la ronda’, ‘yo amo la ronda’. ¿No es eso arte? ¿Por qué sí es y por qué no es? Hay que meditar las respuestas, porque si consideramos que eso es arte, se abre inmediatamente la pregunta sobre qué va a pasar si ese calzón sale del museo ¿Sigue siendo arte fuera de él?. Si pensamos que no, cabría preguntarse qué potestad tenemos y quién nos la dio, para asegurarlo.

En México, la muestra LGBT+[3], tuvo la mayor cantidad de visitantes en la historia de la museografía en el D.F., una exposición que contó con un trabajo curatorial tan cuidadosamente trabajado, que había gente llorando, miembros de la comunidad que salían con sus familias al fin sintiendo que les reconocían, ya no como los raros, tal vez tampoco como los aceptados, pero ya no eran más los incomprendidos, al menos por un momento.

La obra consistía de una serie de clósets que abrían una serie de datos, estadísticas, evidencia, y un traslado por cómo se construye a una mujer y se construye a un hombre desde la sociedad. Esos mismos curadores evidenciaron cómo se tomaban más de 2 horas en el recorrido de toda la muestra, en cada clóset abierto había información valiosa, y al final los espectadores salían de un gran clóset. Ojalá hubiera una réplica de este trabajo en Ecuador.

El trabajo de los museos está en ser un espacio que ayude a cuestionar. No puede seguir siendo el sitio en el que haces silencio, en el que expectas sin entender, en el que ves civilizaciones que consideramos muertas o lejanas a nosotros. No pueden seguir siendo espacios donde no te detienes a leer porque los textos son largos y aburridos.

A la vez creo que el trabajo de los espectadores es preguntarnos qué nos exhiben, y por qué dejamos que los museos tengan la última palabra, por qué no nos preguntamos por qué un falo hecho de cartón lleno de toallas sanitarias es arte, un canasto de huevo es arte, los apodos de todo un barrio son arte[4]; y por qué eso nos conmueve más ahora, que ver una tzanza por enésima vez en museos llenos de letreros de ‘no tocar’.

Hay que cuestionar, hay que cuestionarse, los museos deben seguir existiendo, desde mi perspectiva. Pero en un siglo que hace réplicas de todo, que publica todo en redes, que no deja la etiqueta de único, original, auténtico, sino como palabras al azar que nada significan; lo inteligente es no educar a nadie mediante las exposiciones, sino generar más preguntas, irse a la casa con más y más dudas, que obliguen a leer, a interpretar, a buscar información y que generen crítica. Ese será un verdadero espacio aprovechado.



[1] La lojana se convirtió en famosa, al cortar el pene de su marido en los Estados Unidos.
[2] Exposición ‘Contaminados’. La fotografía es mía.
[3] LGBT+ Identidad, amor y sexualidad, México D.F, México. La fotografía es parte del archivo personal de la curadora Lucía Durán.
[4] Todas estas, muestras exhibidas en la obra ‘Contaminados’ en exposición en el MAAC, Guayaquil.



*Texto originalmente publicado en krigstudium.wordpress.com

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